Carmen Herrera es una de esas grandes artistas mujeres
latinoamericanas que hoy están siendo redescubiertas tanto por la academia como
por la crítica y el mercado. No ha sido sino hasta hace una década
aproximadamente cuando su obra fue finalmente puesta en valor, pese a que
siempre se ha mantenido activa. A sus 101 años, la artista cubana aún trabaja
casi todos los días en su estudio. Se levanta, va a su mesa de dibujo cerca de
la ventana y saca sus pinceles, reglas y una pila de papel de calcar, y empieza
a trabajar con distintas iteraciones de composición. Para ella, es la belleza
de la línea recta lo que la hace seguir adelante.
“Tardé
mucho en tomar el ritmo con el estilo hard edge, el cual me encanta. Porque me gustan las
líneas rectas. Me gustan los ángulos. Me gusta el orden. En el mundo caótico
donde vivimos, me gusta poner algo de orden. Es por eso que, supongo, soy una
pintura del estilo hard edge. No soy una pintora de figuras geométricas”,
afirma la artista. “Siempre recuerdo algo que las personas dicen que es un
cliché: ‘menos es más’. Lo hago todo el tiempo. Tengo algo que creo que está
terminado y luego quito algo, porque para mí queda mejor”, añade.
Carmen Herrera: Lines of Sight, en el Whitney Museum of American Art hasta el 2 de
enero de 2017, es su primera exposición en la ciudad de Nueva York en casi dos
décadas. La curadora de la muestra, Dana Miller, cuenta que se acercó por primera vez a
Herrera en el 2014, cuando intentaba llenar vacíos en la colección del Whitney
con obra suya. Tras varias reuniones con la artista, se dio cuenta de que
mientras más observaba su trabajo, más podía apreciarlo. “Para comprender
totalmente su ingenio y cuán ingenioso, creativo, disciplinado y sofisticado es
su trabajo, es necesario apreciar muchas de sus obras. Y es así como me
convencí de que necesitábamos organizar una exhibición. Con ver solo una obra,
no es suficiente. Tener solo una obra en la colección del Whitney no era
suficiente para hacerle justicia”, recuerda.
Centrándose
en los años 1948 a 1978, el período durante el cual Herrera desarrolló su
singular estilo, la muestra presenta más de cincuenta trabajos, incluyendo
pinturas, obras tridimensionales y en papel. Comienza con el período formativo
que siguió a la Segunda Guerra Mundial, cuando Herrera vivió en París y
experimentó con diferentes modos de abstracción antes de establecer el lenguaje
visual que exploraría durante las cinco décadas siguientes. Muchas de estas
obras nunca se han mostrado antes en un museo.
“Lo que
se ve en esta exhibición es a Herrera en su desarrollo y en su lucha con las
diferentes formas abstractas hasta que finalmente logra su estilo emblemático
durante las próximas seis o siete décadas. Es como un proceso de destilación.
Al ponerse límites y reducir su trabajo a lo más esencial, creó algunas de las
obras de arte más llamativas de las décadas de 1950, 1960 y 1970”, explica la
curadora.
La segunda sección de la muestra es una reunión sin
precedentes de las obras que Herrera considera su serie más importante, Blanco y Verde (1959-1971).
Para la artista, esta es una combinación de colores particular -es como decir
“sí” y “no”- y una organización de formas que resultan atractivas. Volvió a
este tipo de composición una y otra vez entre los años 1959 y 1971, cuando
experimentó diferentes combinaciones de triángulos y de rectángulos blancos. En
la exposición, nueve obras de esta serie ilustran la forma altamente innovadora
en que Herrera conceptualizó sus pinturas como objetos, utilizando la
estructura física del lienzo como herramienta de composición e integrando el
entorno. También la división, o la separación entre dos paneles es, en la obra
de Herrera, otra forma de reproducir una línea sin realmente dibujarla.
“En esa
época esto era algo sumamente innovador. Era bastante revolucionario que
alguien pensara en la pintura como algo más que un objeto y utilizara el lienzo
no para representar algo como si la pintura fuera una ventana hacia el mundo,
sino para atraer la atención a los aspectos físicos reales de la pintura”,
apunta Miller.
Con obras que datan de aproximadamente 1962 a 1978, la
sección final de la exposición ilumina la continua experimentación de Herrera
con la relación figura/fondo y destaca la base arquitectónica de muchas de sus
composiciones. Esta sección incluye cuatro esculturas de madera -las
“estructuras”-, así como sus Days of the Week, una serie de siete pinturas de vivos
colores.
Luego de
haber trabajado con muy bajo perfil por décadas, y haber sido rechazada por
galeristas –incluso, una galerista mujer en la Nueva York de los años 50-, este
adeudado reconocimiento de la su obra en el Whitney se produce como el último
desenlace de una cadena de eventos, que comenzaron hace poco más de una década
cuando su inclusión en una colectiva llamó la atención de la crítica. De ahí
vino después una serie de ventas en subastas y ferias, la realización del
documental The 100 Years Show (2015)
y una muestra con total éxito de ventas que inauguró el espacio en Nueva York
de la Lisson Gallery.
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