Maria
Martins fue, sin duda, una mujer extraordinariamente moderna, con fuerte
personalidad y, sobre todo, determinación. Nacida en el seno de una familia de
bien e integrada en la vida política de su Brasil natal, su padre, João Luís
Alves, era ministro de justicia, senador y miembro de la Academia Brasileña de
las Letras. Su educación vino marcada por lo acomodado de su familia pero
también por la cultura que rodeó su vida desde niña.
En 1926 contrajo matrimonio en
segundas nupcias con Carlos Martins Pereira y Sousa, embajador de Brasil, cargo
que proporcionó a la pareja diferentes viajes y residencias por todo el mundo.
Una pareja feliz y moderna, que gozaba de una relación abierta y en la cual
Maria disfrutaba de las mismas libertades que Carlos. Es sabido – y tristemente
en ocasiones sólo se la recuerda por esto- que fue amante de Marcel Duchamp y,
de hecho, fue la modelo de la obra “Étant données” e influyó en la producción de
Duchamp.
“Tem cheiro de matto” Madera , ca. 1940
Aunque su educación fue
rica en cuanto a cultura general, idiomas, literatura y arte, Martins nunca
recibió una formación específica reglada. No fue hasta su estancia en París que
María empezó a interesarse por la pintura y comenzó a recibir clases. Más tarde
se interesó por la escultura y, en concreto, en materias como la madera o la
cerámica y el barro.
En 1939, Maria y Carlos
Martins son destinados a Washington D.C. y, más tarde, a Nueva York. Es aquí
donde Maria experimenta con el bronce en sus esculturas y lo adopta como
técnica predilecta. Además, continúa su formación con Jacques Lipchitz y Stanley William
Hayter y establece su estudio en esta ciudad. Es en este momento
también, cuando su obra adquiere un marcado estilo surrealista, muy
influenciado por los temas mitológicos amazónicos y la iconografía religiosa y
selvática, temas que habían sido recurrentes en obras anteriores pero no de
forma tan evidente.
“Boiuna”. Bronce, 1942
En 1942 se inaugura su
primera muestra individual en la Corcoran Gallery, en Washington. Un total de
dieciocho esculturas donde esas influencias de mitologías amazónicas y
brasileñas quedaban patentes a la vez que envueltas en un halo sensual.
Escribía la artista en un poema:
“Sé que mis Diosas y sé que mis Monstruos / Siempre te parecerán sensuales y
barbáricos”.
Sin embargo, la exposición
más recordada fue en la Valentine Gallery de Nueva York, en 1943. En esta
muestra compartía espacio con obras de Mondrian. La propuesta de Martins giraba
en torno a leyendas selváticas del Amazonas y sus fábulas y religiones. Esta
exposición de 1943 fue un enorme éxito y Martins vendió muchísima obra. No así
Mondrian, quien no logró ni una sola venta. Maria, haciendo gala de su
responsabilidad histórica y artística para con el artista neerlandés, y su
admiración hacia él, decidió comprar con parte de sus beneficios el lienzo
“Broadway Boogie Woogie”, por la nada despreciable suma de 800$. No obstante,
su intención era donarla al MoMA, museo que amablemente declinó su
ofrecimiento. Martins utilizó sus influencias diplomáticas para que el museo
aceptara la obra en sus fondos, táctica que surtió efecto.
Piet Mondrian, “Broadway Boogie-Woogie”. Óleo sobre lienzo, 1942- 43
Actualmente, este lienzo
de Mondrian se exhibe junto a las obras de Maria Martins que posee el MoMA,
reconociendo no sólo la validez artística de Martins sino también su labor
histórica en ese momento.
Maria siguió
investigando con el bronce y en 1945 creó “Lo imposible”, una escultura de
factura absoluta e impecablemente surrealista y de la que existen varias
versiones. Una obra que a una prácticamente todas sus influencias: figuras
esquematizadas que recuerdan a lo mitológico, una misticidad primaria; la
dualidad mujer/hombre y una segunda lectura erótica, como buena surrealista.
Una atracción/repulsión hecha escultura y que puede recordar a la performance
de Abramovic y Ulay – salvando las distancias – “Breathing In / Breathing Out (Death Itself)”
en la que el beso y el intercambio del mismo aire les lleva al desmayo por
falta de oxígeno.
“Lo imposible III”. Bronce, 1946
A partir de 1947, André Breton, creador del
manifiesto surrealista, acogió a la artista como una más y la incluyó en todas
las grandes exposiciones que el grupo surrealista realizó.
En 1948 el matrimonio
Martins fijó su residencia en París, lo que permitió a Maria sumergirse en las
corrientes artísticas y formar parte de las vanguardias europeas. A partir de
esta época se acusa la influencia de Brancusi
en su producción, con quién forjó una sólida amistad y por quien sentía
admiración.
“Huitième voile”. Bronce, 1948
En 1950 los Martins volvieron a Brasil. Maria, que en
ese momento era apreciada en los circuitos artísticos europeos y
norteamericanos, no fue recibida con la misma pasión en su tierra natal. Lo
erótico en sus obras y los dobles sentidos, incomodaron a la tradicional
sociedad brasileña. Sin embargo, poco a poco comenzó a hacerse valer. El
momento clave surge cuando se la invitó a colaborar en las primeras bienales de
São Paulo. En 1955 fue premiada como “Mejor escultora nacional”. A partir de
ese momento los museos brasileños centraron su atención en la artista y
comenzaron a dedicarle retrospectivas.
A finales de los años 50 fue una de las artistas que recibieron encargos
del gobierno para la ciudad de
Brasilia, una ciudad ex nihilo y que necesitaba arte
público para sus calles.
“The Road; The Shadow; Too Long, Too Narrow”. Bronce, 1946
A pesar de que su trabajo
fue decisivo en la historia del arte, su nombre pasa desapercibido demasiado a
menudo y se la recuerda más por sus amoríos que por sus obras.
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